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Los armenios siempre dando problemas

Hace unos meses los encallecidos campesinos del poblado azerí de Kajar cultivaban las ásperas montañas y atendían los viñedos. Ahora comparten techo con gallinas, ovejas e incluso alguna que otra serpiente venenosa a varias decenas de kilómetros de su pueblo natal. Son refugiados con un futuro donde no brilla la esperanza, sino el miedo. Este pintoresco pueblo de montaña es una ciudad fantasma, con sus casas de ladrillo quemadas y vandalizadas y con el silencio roto solo por los pasos de soldados armenios de NagornoKarabaj que han capturado la villa y patrullan sus vacías calles. La historia de Kajar es un microcosmos de la segunda guerra más sangrienta que está desarrollándose en Europa. Es un relato de soldados vecinos disparándose desde colinas distantes 3 kilómetros una de otra y de 2.000 campesinos cuyas vidas se han convertido en tragedia diaria.


El nudo de la historia es la guerra no declarada entre Armenia y Azerbaiyán desde hace cinco años por Nagorno-Karabaj, una dura y bella región montañosa de Azerbaiyán poblada mayoritariamente por armenios. A medida que se producía una grave crisis política en Bakú, las fuerzas armenias comenzaron a tomar pueblos más allá de la frontera de Karabaj. El 2 de abril, diez tanques, varios vehículos blindados de transporte de tropas y cientos de soldados rodearon Kajar, un kilómetro al este de Karabaj. Lo capturaron en 7 horas. «Nosotros sólo teníamos un tanque y se había marchado un día antes», dice el alcalde del pueblo azerí Isac Ahundov, ahora un refugiado en una granja de animales a 24 kilómetros. El soldado raso de 22 años Nofel Aliyev narra cómo abandonó su puesto de observación en una colina arbolada y junto a otros nueve soldados escapó por el río Kendelen que atraviesa Kajar. «Había niebla y no nos vieron», recuerda Aliyev. «Si llegan a hacerlo nos habrían matado.

No podíamos repelerlos. No tenemos equipo. No se puede encarar un tanque con fusiles Kalashnikov». La pregunta que surge es por qué tomar Kajar, un pueblo de campesinos que no representa peligro evidente para los separatistas armenios de Karabaj. El comandante armenio que tomó el pueblo, Armik Merkatumian, afirmó que los soldados azeríes bombardeaban pueblos de Karabaj desde allí y asegura que Kajar es un pueblo nuevo construido por Azerbaiyán en territorio de ovejas que pertenecía al enclave. «Esta es nuestra tierra y no pensamos entregarla», dice desde su puesto de mando establecido en una de las casas del pueblo, una de las pocas que no ha sido quemada o derruida. Los 2.000 habitantes campesinos de Kajar, aunque llevan años endurecidos por los bombardeos y ataques sorpresa con helicópteros, nunca pensaron que los armenios pudieran asaltar el pueblo. Está en territorio de Azerbaiyán y no en el interior del enclave de Karabaj, y todos pensaban que eso ponía a salvo su poblado. Entre la niebla consiguieron escapar. Muchos lo hicieron por el río hasta Fizuli, una ciudad a 11 kilómetros. 

«Llegamos a una colina cercana y nos volvimos para ver si podíamos regresar por nuestra ropa», dice Raset Seferova, de 33 años. «Mi hijo está descalzo». La mirada del niño parece ajena a la tragedia mientras juguetea con el collar de su madre. «Los armenios estaban quemando nuestras casas. Por los prismáticos, nuestros soldados vieron cómo se llevaban las camas, colchones, mantas, nuestras ovejas y vacas y los coches y camiones que no pudimos coger». Seferova y sus tres hijos viven ahora a 19 kilómetros de Fizuli, junto a otras 25 familias, en tiendas de campaña donadas por la ONU. En una de ellas, asentada en una granja más abajo por la sinuosa carretera, muchos refugidados viven en condiciones sangrantes. Cuatro familias comparten un corral con docenas de gallinas y cien ovejas. El olor es intenso y las bolitas de excrementos forman una capa negruzca. «Ayer matamos dos serpientes venenosas», dice Sayat Aliyeva, desde uno de los recintos diseñados para las ovejas, en los que ahora vive con su marido y cuatro hijos de 6 a 17 años. «Tenemos miedo de que los armenios puedan llegar hasta aquí», dice. «Les esperamos en cualquier momento». Milayin Huseynova, una anciana de 86 años que vive en una tienda de campaña libre de animales, descansa en un camastro mientras recuerda a sus amigos armenios con los que creció alrededor de Kajar. «Solíamos jugar juntos», dice. «¡Alá maldiga a los armenios! ¿Dónde van a enterrarme si nos han arrebatado nuestra tierra?».

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