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Las gominolas asesinas

¡Oh, mundo inmundo y cruel! No sé dónde vamos a ir a parar, que diría Doña Rogelia. Ya no te puedes fiar ni de las gominolas.Según un reciente estudio estas polimórficas y polícromas golosinas infantiles, además de obesidad y caries, pueden provocar alergias, erupciones cutáneas, reacciones respiratorias y hasta la muerte por atragantamiento. 

El informe revela que cinco de cada siete colorantes identificados en las muestras contienen dinamita pura bajo apariencia inofensiva. La inocencia es lo más fácil de perder, lo primero que se pierde. No es por hacerme la lista ni la interesante, pero yo sospechaba algo parecido hace tiempo. Desde que me percaté de su existencia en los quioscos las gominolas me inspiraron una instintiva desazón y repugnancia. 

Dentaduras postizas comestibles, tiburones pegajosos, nubes rosadas, platanitos, moras, corazones, botellas de cola cubiertas de escarcha azucarada y un sinfín de figuritas que parecen diseñadas por una mente demente, perversa y maligna, dispuesta a corromper a la infancia. Un aluvión de guarradas blandengues que se suman a la regaliz o al puro moro de toda la vida cuyo nombre políticamente correcto es porro magrebí.


Manola, la gominola asesina podría ser el título de una película de animación con plastilina del artista de Alcoy Pablo Llorens.Invasores alienígenas camuflados de porquerías comestibles se apoderan de los cuerpos y mentes de los niños y los enfrentan a sus desconcertados progenitores. La guerra del fin del mundo como guerra de generaciones. O Gomiznola, un enorme monstruo plastimorfo que devora todo a su paso. El rodaje se puede iniciar cualquier día a la salida del cole, bandadas de críos asaltan los quioscos para darse un chute de chuche, como llaman a esas chucherías. 

Bajo la atenta mirada de sus complacientes madres, selecciona cada uno su menú con una decisión apabullante: «Un tiburón, tres fresas, dos melones...». Las madres, algunas también chucheadictas, se quejan del encarecimiento del producto con el euro. Hay gominolas de lujo en cajas como bombones, y en Internet se ofrecen gominolas de marihuana.

Las golosinas siempre han tenido un lado oscuro. En mi remota infancia nos prohibían aceptar dulces de los desconocidos porque se suponía que estaban drogados o envenenados con inconfesables propósitos pedófilos. En aquella época el máximo lujo eran las chocolatinas Nestlé y los caramelos La Pajarita, que traían de la puerta del Sol los familiares que visitaban la capital. Seguro que menos contaminados que estas gominolas de hoy día. ¿Meterlas entre rejas? 

Tampoco es para tanto. Más vale que los niños se acostumbren a digerir sustancias sospechosas porque les quedan muchas por delante. Entre la codicia y picaresca de unos y el afán autodestructivo de otros no hay salvación. Al fin y al cabo de algo hay que morirse y más vale hacerlo dulcemente y con buen sabor de boca.

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