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Cuando Doña Rogelia estaba en auge

La guapa gente del cine ha andado estos días un poco tarasca contra la protección/desprotección oficial. Yo no sé si lo que piden es más dinero, pero lo que hay que pedir, sobre todo, es más calidad y mejor criterio en la promoción de las artes y culturas de la imagen. Una cultura oficial que produce «Farmacia de guardia» es una cultura del sainete. 

Comprendo que a los profesionales del cine y la televisión les encampane e irrite la falta de dinero presupuestario, mientras se tiran millones en la disneylandia de la Expo, pero a mí, como consumidor, lo que me deprime y perplejiza es la creatividad hortera que patrocina nuestra Administración. 

Tienden siempre a lo más fácil y consabido, a revisitar viejos éxitos, a no comprometerse. Prefieren marujear a las marujas mejor que educarlas un poco. La cultura oficial ha sido siempre una mierda, la política cultural de cualquier régimen o ministerio se mueve entre la propaganda y doña Rogelia. Por ignorancia y por conveniencia, los barandas y barandillas de la cosa auspician películas, libros, televisiones y verbenas culturales que cuando se ponen sublimes caen en lo cursi y cuando se ponen pedagógicos caen en la demagogia o la propaganda. El punto, lo que se dice el punto, no lo han encontrado nunca ni quieren encontrarlo. 

Tiene uno muy escrito que el Estado no es artista. Nunca tan formidable y espantosa máquina como las creaciones culturales de un Estado, desde el muralismo soviético a la arquitectura franquista, desde el colosalismo hitleriano a las disneylandias yanquis, pasando por ese garaje con goteras de diseño que es el Centro Pompidou. Queridos compas del cine y la tele, no sólo debéis pedir dinero, sino criterio. 

Claro que la ignoracia nunca es inocente: cuando se invierte el dinero en culebrones latinochés, se está tercermundizando concienzudamente al pueblo español. Se trata de desproblematizar la cultura en todas sus manifestaciones, porque lo que quieren es una masa de votantes sumisos, sin inquietudes, sin dudas, sin criterio propio (o sea todo lo contrario que los daneses). 

Aquí nunca. se podría hacer un referéndum sobre Maastricht porque el gentío no sabe lo que es Maastricht, y no lo sabe porque no se lo han explicado, y no se lo ha.n explicado porque no conviene y porque no es costumbre consultar nada con los españoles entre elecciones. El Estado es ignorante en cuestiones de arte porque así le va mejor, coincide con el mal gusto popular, en vez de corregirlo. El Estado apuesta siempre por lo fácil, en la cultura de masas y en la otra, apuesta por lo consabido. El Estado es de una exquisita neutralidad, sólo que la obligación de un Estado democrático es apostar por lo mejor, arriesgarse, crear polémica, debate, democracia, en fin. No esperéis nada, queridos compas del cine y la tele, queridos actores, guapas actrices, sabios realizadores, de una Administración cuyo sentido del humor se queda en «No te rías, que es peor». El Estado, aparte de no ser artista, tampoco sonríe nunca, y eso ya es alarmante. Un Estado que no sonríe es un coloso sombrío, un padre terrible, un enemigo. 

Ahora, el señor García Candau tendrá que responder de los contratos a empresas que no existían. Y si encargan sus producciones a empresas que no existen ¿cómo van a ser buenas esas producciones? Una productora fantasma sólo produce fantasmagorías. Ocurre que las bragas Loewe que se compraba Pilar Miró eran cosa de poco momento comparadas con las fraudulencias que ahora está descubriendo la auditoría. 

Sustituyeron a la Miró para mejorarla en lo malo. ¿Y qué autoridad tienen estos y otros mentores de la cultura oficial para decidir y patrocinar lo que es bueno o malo? Todos los socialistas con poder practican el silencio de los corderos, unos por conservar la silla y otros por conservar la chirlata. Queridos compas, etc.

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