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El próximo presidente de los eeuu

Keith va a votar por Ross Perot en noviembre. ¿Por qué? «Es un vaquero, como yo», dice este doble de películas de Hollywood mientras se limpia restos de «sangre» de la boca. Junto a otros cuatro aspirantes a actores, Keith aparece a diario en el violento espectáculo «Wild, Wild, Wild, West» (Salvaje Oeste), uno de los favoritos de los Estudios Universales. Puede que sea debido a la imagen de «llanero solitario» que inspira el multimillonario tejano. Quizá, por el parecido que el fenómeno Perot guarda con un guión de Hollywood. 

Lo cierto es que en Tinseltown, como en el resto de California, el interés por Perot está creciendo como la espuma. En el mayor Estado del país, que celebra las últimas primarias dentro de dos días, no se ven carteles de apoyo al demócrata Bill Clinton o al presidente George Bush. Si acaso, en una de las interminables autovías que cruzan el Estado, algún coche con una pegatina en la parte posterior: California por Ross Perot. Dennis Miller, uno de los cómicospresentadores más famosos del país, sobre todo desde que se retiró Johnny Carson, ha ofrecido ya su ayuda en una de las cuatro sedes que los seguidores de Perot tienen en California. 

El viernes, en la «California Perot Petition Committee» de Longdale, sus seguidores no podían disimular su satisfacción. «Ya tenemos las 135.000 firmas necesarias para que su nombre aparezca en las papeletas», dice George Weiss, uno de los muchos voluntarios que trabajan gratuitamente por el que pronto será candidato independiente a la Presidencia de EEUU. Miles de voluntarios como Weiss constituyen la base del éxito de Perot, lo que él llama campaña de base.

Es esta idea la que llevó al director John Milius a proponer a Clint Eastwood un sorprendente guión para una película. La idea de Milius, autor de «Harry el sucio», era que Perot ganaba el voto popular, pero el colegio electoral se negaba a reconocerlo. A continuación, intentaba imponer a Clinton. Los americanos, enfurecidos, se volvían locos y tomaban las calles con armas. 

El guión, que Milius ha narrado en un periódico norteamericano, no terminaba ahí. El Gobierno enviaba a los «marines», pero éstos se negaban a disparar y entonces se producía una «revolución de verdad». Medir la popularidad de Perot aquí será difícil, pues el Estado no reconoce el valor de los «writeins» (sistema utilizado cuando el candidato no figura en las papeletas). 

Así, este martes, la atención se centrará más en lo que digan los californianos al salir de los centros de electorales que en los votos que reciban Clinton o Bush. Lo que han dicho hasta ahora es que prefieren a Perot, según la última encuesta del diario Los Angeles Times.

En esa encuesta, Bush, que nunca ha sido demasiado querido en la tierra de su antiguo jefe, Ronald Reagan, aparecía el último. Preocupado, el presidente pasó el viernes por aquí, en su segundo viaje desde las violentas manifestaciones de hace un mes. Como de costumbre, Bush visitó la llamada zona del desastre y habló en un centro comunitario estratégicamente elegido en el barrio South-Central. En el Ayuntamiento, volvió a utilizar el credo republicano de «ley y orden»: «No hay nada racista, nada divisor en querer proteger a la gente decente del crimen». «Algunos dirán que es hacer política. 

Bien, están equivocados», agregó Bush. «Lugares infestados de bandas donde juegan los niños, ancianos encerrados tras puertas con triple candado, madres disparadas a través de las ventanas de la cocina... eso no es lo que quieren los americanos». Convencido de que tiene que mostrar interés por las víctimas de los disturbios, los observadores mantienen que el peligro a la debilitada campaña de Bush no viene de los desheredados de un gueto en Downtown, Los Angeles. Estos, de todas formas, no son demasiado dados a acudir a las urnas. El desaire le puede venir antes de las suntuosas mansiones de Beverly Hills, ese paraíso terrenal situado a escasas millas de SouthCentral, este barrio que difícilmente se encontraría en cualquier país del Tercer Mundo. El viernes, en casuales conversaciones con afortunados en la lujosa avenida Rodeo Drive y menos afortunados en South Figueroa Street, la impresión fue similar. 

Los ciudadanos de Los Angeles no están demasiado contentos con su presidente. Incluso en Bel Air, en el reino de Reagan, algunos medios destacaron esta semana que el «círculo» del antecesor de Bush estaría dispuesto a Votar antes por un multimillonario «hecho a sí mismo» que por un millonario de familia como lo es el actual presidente. Poco le ha ayudado a Bush la «puesta de largo» de Perot, que el viernes por la noche «debutó» con su mujer, Margot, ante las cámaras de televisión. Por primera vez desde que empezó a hablarse de ellos, en febrero, los Perots fueron entrevistados en profundidad. El «destape» del matrimonio se realizó en el programa «20/20», uno de los espacios más populares del país, presentado por Barbara Walters. Ese mismo día, desde Orlando, Florida, Perot intervino en un acto que fue retransmitido por satélite a otros cinco Estados.

Como lo hiciera el ex presidente Richard Nixon, el multimillonario tejano está llevando a cabo una extraordinaria campaña por televisión. Gracias a «20/20», Perot ha perdido mucho de ese secretismo que le echaban en cara sus críticos. Tras su encuentro con Walters, casi todo el tiempo en su bucólico jardín en Dallas, los norteamericanos descubrieron a un hombre romántico que se enamoró de su mujer en una «cita a ciegas». De origen modesto, fundó la compañía que le convertiría en uno de los hombres más ricos del mundo ahorrando religiosamente el sueldo que su mujer ganaba dando clases en un colegio. Aunque muy conservador, está a favor del aborto, y dice que no tiene «absolutamente ningún prejuicio». ¿Su único defecto? «Podría ser un poco más guapo». 

Y, para hacer el guión de Milius aún más perfecto, un último detalle: sus primeros dólares los ganó de niño, en Texacano, su pueblo natal, distribuyendo periódicos a lomos de un caballo. A pesar de decir que no tiene prejuicios, Perot mostró un absoluto desprecio hacia los homosexuales al afirmar que nunca nombraría a uno para un alto cargo de la Administración norteamericana, palabras que han caído como una bomba sobre la influyente comunidad «gay». Más información en «7 Días»

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